Un año más, se nos cae encima el Día contra la Violencia de Género con un montón de mujeres muertas durante el año, y muchísimas más mujeres maltratadas, algunas con un procedimiento pendiente ante los Juzgados y otras de las que apenas nadie sabe nada porque ni siquiera se han atrevido a denunciar. Tan solo unos días más tarde, nuestra ley integral cumplirá diez años, ahí es nada. Por ello, es una buena ocasión para hacer balance.
La ley, como todos sabemos, fue fruto del consenso, lo que ya la convierte en rara avis. No es fácil encontrar en nuestro país alguna cosa en la que todos los grupos políticos se pongan de acuerdo. Y el instrumento ideado para la lucha contra la violencia de género lo consiguió. Así de importante es la cuestión, aunque a veces parece olvidarse. No lo perdamos de vista.
He oído muchas voces que afirman que la ley ha sido un fracaso. Que las más de 700 mujeres muertas en los últimos diez años no son sino la terrible prueba de este fracaso. Pero, aunque la cifra es espeluznante, yo no comparto ese punto de vista. Creo que hemos avanzado aunque aun nos queda, por desgracia, un largo camino por delante. Y la ley ha sido el medio de transporte que nos traslada en ese viaje. Un medio que despegó como un cohete pero que, en algunos tramos del camino, parece haber vuelto a los tiempos de los coches de caballos.
La ley es una buena ley, ya lo he dicho muchas veces. Pero un buen texto no es una varita mágica que todo los solucione con el poder de sus artículos. Ya quisiéramos. Y si no se desarrolla debidamente, y faltan medios, pues corre el riesgo de convertirse en papel mojado. Y eso es algo que debíéramos evitar a toda costa.
Cuando se habla de la ley contra la Violencia de Género, se usa el nombre, pero se olvida el apellido, “Integral”. Y ahí radica gran parte del problema. Al referirnos a esta horrible pandemia –no uso el término “terrible lacra social” porque a base de utilizarlo se ha quedado hueco-, las primeras imágenes que se nos vienen a la cabeza son las de mujeres asesinadas, las de juicios, juzgados y denuncias. Y parece lógico, porque ésa es la parte que ha trascendido de la ley, la parte penal y judicial, dejando bastante abandonado todo lo referente a educación y prevención, como si fueran meros principios programáticos. Y así nos va.
En diez años de vigencia de la ley integral lo que puede constatarse es una hipertrofia de su parte represiva en detrimento de una atrofia del resto. Y olvidamos que el Derecho Penal, y toda la maquinaria judicial que lo acompaña, no hace otra cosa sino gestionar el fracaso. Actúa cuando ya se ha cometido un delito, adoptando las medidas para el castigo del culpable y para la protección de la víctima pero cuando esta ya es eso, una víctima. Los juzgados de violencia sobre la mujer y la fiscalía necesitamos un presupuesto para entrar en acción: la comisión de una infracción penal. Y el fin último de la ley debería ser exactamente el contrario, que no se llegara a cometer infracción penal alguna. Y aquí es donde andamos rezagados en la carrera. Y donde debería ponerse el acento.
¿Puede decirse por ello que ha fracasado la ley? Mi respuesta es un rotundo “no”. Quienes han fracasado, en todo caso, son los gestores encargados de que esta se cumpla. Y también una sociedad que no está todo lo concienciada que debería estarlo, quizás porque quienes tienen el poder de espolear nuestras conciencias no lo utilizan, o no lo hacen con el suficiente ímpetu.
Porque diez años tras la entrada en vigor de la ley integral, nuestra especialización sigue siendo un camelo en muchos casos, ya que la mayoría de juzgados de Violencia sobre la Mujer –mas allá de las grandes capitales y de algunas otras ciudades- no son otra cosa que juzgados mixtos a los que se ha añadido la etiqueta y las competencias de esta materia. Y aun en la mayoría de los especializados, ni siquiera hay servicio de guardia ni atención fuera de las horas laborables. Pero, con todo y con eso, seguimos trabajando en ello. Como no podía ser de otro modo. Con las enormes carencias que sufrimos todos en justicia. Y valiéndonos de una ley del siglo XIX que, entre otras cosas, consagra el derecho a que la víctima pueda echarse atrás en cualquier momento, y que pide a gritos un cambio radical.
Sin embargo, como decía, seguimos trabajando. Porque mientras siga existiendo el machismo que late en la base de nuestra sociedad, no nos faltará el trabajo, por desgracia. Mientras siga recortándose en recursos para estas mujeres, seguirán ocultando el maltrato entre los muros de su casa. Mientras la publicidad y los medios de comunicación sigan mostrándonos un día tras otro imágenes que perpetúan los roles de desigualdad entre hombres y mujeres, seguirán cometiéndose estos delitos. Y seguiremos siendo necesarios.
La ley es mejorable, desde luego, pero la mayor mejora que necesita es que se cumpla. Ni más ni menos. Para que llegue el día en que nuestro trabajo no sea necesario.
Publicado o 25/11/2014 en http://www.lawyerpress.com/
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Etiquetas: Opinión